miércoles, 3 de junio de 2009

Ilusión óptica

La habitual autocensura de las autoridades chinas comienza a dar señales de vida ante el inminente vigésimo aniversario de la matanza de Tiananmen, en la que cientos de estudiantes perdieron la vida a manos del Ejército Popular de Liberación.
La muerte en abril de 1989 del reformista y ex secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh) Hu Yaobang, sumada a la visita de Mijaíl Gorbachov -en plena reivindicación de la transparencia predicada a través del glasnost- un mes después, caló en una sociedad que, creyendo poder cambiar las cosas, acabó aplastada bajo los tanques enviados por el primer ministro Li Peng.
En un desesperado intento por evitar la tragedia, el secretario general del partido, Zhao Ziyang, decidió salir a la plaza altavoz en mano, rogando entre lágrimas a todos los asistentes que regresaran a sus casas. Consciente de estar firmando su testamento político, el hasta entonces número dos del partido no tardó en enfrentarse a una condena de 16 años de arresto domiciliario, interrumpido por su fallecimiento en enero de 2005. No obstante, la reciente publicación póstuma de sus memorias -tituladas Prisionero del Estado: El diario secreto del primer ministro Zhao Ziyang- basadas en más de 30 horas de grabaciones, confirma que Zhao guardaba un poderoso as debajo de la manga.
Concluían así varias semanas de espontáneas manifestaciones pacíficas, que durante los días previos a la masacre pedían una mayor lucha contra la corrupción y un cierto aperturismo que mejorara las deficiencias del sistema a pocos meses de la simbólica caída de el muro de Berlín.
Mientras tanto, lo único cierto es que la actual anestesia de la propia memoria histórica -basada en la premisa de que si no se ve, no existe- sólo desaparecerá cuando un cuatro de junio, el veto a la cuenta de correo electrónico y los futuros Twitter, se deban exclusivamente a fallos del sistema. Y además sea verdad.




No hay comentarios:

Publicar un comentario