miércoles, 15 de diciembre de 2010

Speechless (II)

Adelantándose un año al estallido del caso Watergate, el analista militar Daniel Ellsberg filtró en 1971 al diario The New York Times los documentos clasificados relativos a la guerra de Vietnam -conocidos popularmente como "los papeles del Pentágono"- donde por primera vez se exhibían públicamente las falsedades gubernamentales desde Harry S. Truman hasta Lyndon B. Johnson. Juzgado por conspiración y finalmente absuelto de todos los cargos, el por entonces asesor para asuntos de seguridad nacional Henry Kissinger, acusó a Ellsberg de ser "el hombre más peligroso de América" inaugurando el debate acerca del derecho de la opinión pública a saber.
Apenas cuarenta años después, la generación que creció con la dimisión de Nixon revive con cierta sensación de déjà-vu la historia de Bradley Manning, el joven soldado destacado en Bagdag que, perteneciente al departamento de inteligencia, confesó hace pocos meses al hacker Adrian Lamo -quien luego le delataría- ser el nuevo garganta profunda tras ofrecer a WikiLeaks una ingente cantidad de material confidencial aprovechando el acceso a las nuevas medidas de compartimiento de información centralizada entorno al sistema SIPRNET -acrónimo de Secret Internet Protocol Router Network- establecido tras los ataques del 11-S. Dichas filtraciones también incluían el explícito vídeo Collateral Murder en el que se muestra la matanza de once civiles iraquíes -entre los cuales se encontraban dos empleados de la agencia Reuters- desde dos helicópteros estadounidenses a las que se sumaron cientos de informes alusivos a las guerras de Afganistán e Iraq, considerados la mayor filtración de documentos secretos de la historia del Ejército de EE.UU.
Con unos 800 colaboradores ocasionales y las aportaciones privadas de 10.000 donantes -cuyas cifras no sobrepasan los 20.000 euros-, la plataforma WikiLeaks fundada en diciembre de 2006 por el ex-hacker australiano y activista de la libre información Julian Assange, se ha convertido en el mediador excepcional entre los whistleblowers -informantes anónimos a quienes la asociación asegura protección- y el maquillado discurso oficial habitualmente empleado por los líderes mundiales. Si bien Assange justifica su labor mesiánica en la condescendencia del resto de medios convencionales con el establishment, también es consciente de la necesidad de delegar en dichos profesionales la titánica labor de contextualizar y difundir coordinadamente la poderosa información recibida en bruto. Esta estrategia mediática, avalada por el acuerdo de colaboración de prestigiosas cabeceras como The Guardian, The New York Times, o el semanario alemán Der Spiegel, se amplió a los periódicos Le Monde y El País para la publicación en exclusiva de las últimas revelaciones del llamado Cablegate -donde se exponen los entresijos de las artimañas diplomáticas estadounidenses a nivel internacional-, pudiendo dosificar y segmentar los datos en función de la sensibilidad informativa de cada país -tal y como demuestran filtraciones como las del caso Couso en España-.
Sin embargo, al Robin Hood de la transparencia y aspirante a personaje del año para la portada de la revista TIME, tampoco le escasean las enemistades. Además de la previsible desautorización de la Secretaria de Estado Hillary Clinton, hay que añadir la petición del congresista Pete King de "designar WikiLeaks como una organización terrorista" o la particular fatwa promovida por el ex candidato republicano a la presidencia Mike Huckabee, que directamente exigió la pena capital para Assange. Quien tampoco ahorra sus críticas es Daniel Domscheit-Berg. El que antaño fuera su mano derecha al frente de la asociación, acaba de anunciar la creación de una nueva plataforma similar -aún en pruebas- llamada OpenLeaks, y ha asegurado que "el carácter autoritario y el personalismo de Assange" le han llevado a "traicionar los principios fundacionales de WikiLeaks" al "vincular excesivamente la organización a su persona".
Mientras los ciber-activistas enmascarados tras el pseudónimo Anonymous vengan el intento de PayPal o Master Card por asfixiar la financiación de WikiLeaks y su fundador permanece en prisión preventiva por dos supuestos casos de violación puestos en entredicho, cabe preguntarse si, alcanzado el Power To The People treinta años después del asesinato de John Lennon, seremos capaces de saber cómo gestionar ahora la responsabilidad que ese poder conlleva.





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